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Tuvo el Cristo de Velazquez su poeta en la persona de Miguel de Unamuno.

 Así pues, este Crucificado mío también tendrá su poeta    

Al Cristo mío

 

Tú tienes también, mi Cristo, melena

negra y abundosa de Nazareno

hundida sobre tu cuerpo violáceo,

frío color que te ha dado la muerte

que voluntariamente has aceptado:

es de esta testigo el sol que oscurece

tras el oscuro velo ensangrentado.

Se ha llevado tu aliento último

la llaga sangrienta de tu costado.

 

Yo soy tu poeta, yo soy tu pintor:

he querido ponerte en primer plano,

y soy yo ese hombre que a Ti clama

en el cual mis cabellos he plasmado.

De todos los hombres, quise hasta Ti

levantar los ruegos desesperados

porque Tú nos prometiste hacernos,

a tu diestra, un lugar en tu Reinado.

Es por eso que yo manché mis manos

y con rabia las puse en este lienzo

sobre la negra montaña, implorando

tu consuelo para todos los hombres.

 

“¿En qué piensas, muerto, Cristo mío?”

dijo Unamuno en su sentido ruego.

 

Me gustaría preguntarte Cristo,

¿dónde hallar ese reino que dijiste,

dónde ver el amor que predicaste,

para qué puñetas sirvió tu muerte?

Una ofrenda fue tu vida, un camino

que diera a la vida, al hombre, un sentido

a su paso por este valle de lágrimas.

Dijiste que el pan se rompiera siempre

y que entre todos nos lo repartiéramos,

pues somos hermanos, Tú lo decías,

hermanos tuyos en el Padre eterno.

 

Yo nada te rezaré, pues has visto

lo que han hecho aquellos los que debieran

con su vida, dar y vivir tu ejemplo;

Dijiste que nunca será tu Reino

de este mundo; y crearon un imperio

que siempre con el poder se ha lindado.

¿Has visto lo que hacen estos rapaces

financieros? ¿Estos bancos cabrones

que en vez de servir para el bien del pueblo

engañan al pobre y le roban su techo

tendiéndole ardides para ganar más dinero?

 

Nunca ha sido, tu palabra, ni una vez,

tomada en serio;... ¿que fuera imposible

al rico entrar en tu celeste Reino?...

Naciste, pobre Cristo, con un sueño:

“que todos fuéramos hombres de bien,

todos hermanos gozando en tu Reino”.

¿Dónde fuiste a buscar esos delirios?

¿No sabías Tú la honda perfidia

que acarrea el corazón de los hombres?

¿Que la atávica condición los lleva

siempre, siempre a proclamar la guerra

por defender un puñado de tierra,

una bandera, una lengua, una raza…

que en la azul inmensidad del universo

importan no más que un grano de arena?

 

Nada te pediré. Te equivocaste.

A punto estoy de decir que Tú, Cristo,

llamado “El Ungido”, nos engañaste.

Pero no lo diré. Fue tu palabra

una guía, un camino, una verdad.

Fueron los otros, los que convirtieron

tu Verbo, en terrena organización;

fueron los otros los que entronizaron

el poder del dinero como principio

societal; fueron los otros, aquellos

que no comprendieron que hay sólo

un Padre para todos los creyentes,

y que hay, sin duda, también un Ente

creador para aquellos que en nada creen.

 

 

Tu abundosa melena de Nazareno,

se hunde sobre tu cuerpo morado,

ese color que te ha dado la muerte

que voluntariamente has aceptado.

Mucho lo siento que tus enseñanzas

para siempre se hayan desvirtuado

por la tozuda insensatez del hombre.

 

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